
Tendemos a relacionar el valor que una empresa genera con el beneficio económico, pero hablar de valor no significa hablar solo de dinero, sino también del impacto que tiene una organización en sus empleados, su sector y el resto de la sociedad.
Toda actividad de una empresa genera huellas que, sean positivas o negativas, se acumulan en las personas, en las organizaciones y en su entorno y condicionan su efectividad futura.
El hecho de que las huellas sean ineludibles (las personas aprenden quieran o no) acarrea exigencias éticas, sobre todo para quien inicia y gobierna las interacciones entre personas, ya que implican una influencia tanto en su propio desarrollo personal y profesional como en el de los demás.
En el libro Huellas. Construyendo valor desde la empresa, el profesor del IESE Rafael Andreu explica cómo analizar y encauzar las huellas en positivo para aprovechar su valor y obtener mejores resultados económicos a medio plazo.
Directivos con impacto positivo
Los directivos tienen un papel fundamental en la generación de huellas a diversos niveles. Y todos estas huellas generan aprendizajes, ya sean positivos o negativos. Por esta razón, deben prestar atención a todo tipo de interacción por simple que sea.
Las huellas se refuerzan en las relaciones en equipo, por lo que es importante cuidarlas y cultivar emociones positivas que también dejarán huellas positivas. Para conseguir combinaciones coherentes de aprendizajes y emociones es fundamental que el directivo ejerza como mentor.
Y, por último, todo directivo tiene que recordar siempre que las huellas afectan a todos los stakeholders: empleados, clientes, accionistas… y otros grupos de interés. Por ello, es fundamental que la misión interna de la organización y la misión externa sean coherentes.
Una responsabilidad de todos
Pero los responsables de las huellas que se generan, tanto en la empresa, como en la sociedad, no son solo los directivos. La responsabilidad del valor no económico que se crea es de:
- Empresas. Deben generar unos resultados económicos aceptables con una misión interna que respete la línea roja establecida y, a su vez, generar huellas positivas o, al menos, evitar las negativas.
- Propietarios, titulares de empresas e inversores. Una exigencia estrictamente económica que no considere las huellas es inaceptable, ya que, por esta vía, las que se produzcan tenderán a ser negativas.
- Empleados. Tanto desde la perspectiva de las huellas que "se dejan hacer", como de las que ellos provocan –incluso en sus superiores–. Es útil elaborar una lista y debatirla con el supervisor en el contexto de la misión de la empresa.
- Headhunters. Raramente consideran un capítulo de huellas en las especificaciones de los puestos de trabajo, ni en los perfiles de los candidatos.
- Escuelas de negocio. Sus programas de formación a menudo olvidan que, quieran o no, también van a dejar huellas en los participantes (de eso se trata, de hecho), más allá de las operativas y técnicas. Los procesos de formación mejoran si consideran explícitamente la formación de huellas y procuran asociarlos a emociones en un marco coherente.
- Académicos en management. Sus investigaciones tienden a obviar las huellas que la aplicación de sus resultados pueden provocar puesto que consideran que tenerlas en cuenta convierte el management en normativo y muchos no están dispuestos a aceptarlo. En este contexto, deberían hacerse responsables de las correspondientes consecuencias en términos de huellas.
- Medios de comunicación. Son poco críticos a la hora de transmitir las hipótesis y resultados de las investigaciones y casi nunca se preguntan a qué tipo de huellas puede dar lugar su aplicación.
- Políticos y gobernantes. Tienen varios frentes abiertos de posible generación de huellas en los ciudadanos y es recomendable considerarlas explícitamente a la hora de diseñar sus programas y actuaciones.
- Ciudadanos en general. Deberíamos exigir huellas positivas en nosotros mismos y procurar que también lo sean las que provocamos en nuestros interlocutores.
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